Somos historias.
Historias que nos contaron sobre nosotras mismas y el mundo.
Historias que nos contamos sobre nosotras mismas y el mundo.
Historias que creímos y aceptamos sobre nostras mismas y el mundo.
Somos historias de los hechos que recordamos, o creemos recordar.
Historias que cambian, que se construyen y reconstruyen.
Historias que significamos una y otra vez, de acuerdo a otras historias.
Todos los días me cuento historias y las creo verdades, hechos.
Todos los días imagino, recuerdo, explico, reflexiono mis historias.
Algunas son interesante y útiles, otras sólo incidiosas y torpes.
A veces logro callar las historias, por algunos momentos.
El silencio en mi cabeza es su ausencia, su vacío.
Ese vacío que es espacio usurpado por las historias.
Algunas me aprisionan, ponen grilletes y cuerdas sobre mí.
Me dan guiones, frases, palabras que debo repetir constantemente.
Mares de historias que rompen sus olas en mi mente, en mis emociones.
Mares que afectan mi cuerpo con sus mareas y marejadas.
Necesito cesar las historias que no me dejan espacio ni movimiento.
Historias que me golpean y destrozan, me ahogan y sepultan.
Cesarlas no es ignorarlas, ni arrojarlas, ni intentar romperlas.
Cesar las historias es soltarlas y verlas extinguirse.
Observar las hogueras de mi mente irse apagando lentamente.
Obervar y contener los impulsos de avivarlas nuevamente.
Soltar, abrir mis manos, abrir mis espacios, uno a la vez.
Soltar, dejar que el viento las lleve y se extinga su sonido.
Soltar, silencio…
Soltar…